
Al terminar la universidad nadie te avisa de que viene el desierto. El desierto es una sensación de “ahora que hago”, un tiempo extraño donde empiezas a ponerte las camisas que solo usabas en bodas o bautizos para demostrar lo que vales en una entrevista a un señor o señora que no conoces de nada. El desierto se reconoce fácilmente porque una de las cosas más frecuentes que te dices a ti mismo es “no entiendo nada”. ¡Pero cómo vamos a entender algo si nos prepararon para un mundo liderado por Kodak, empresas de construcción o MTV, y cuando nos despertamos de ese largo sueño que llaman estudiar, el mundo está en manos de Google, Facebook o Zara! ¿Ya no me voy a forrar siendo arquitecto? Pues parece que no chaval.
Da que pensar. Educamos a nuestros hijos y alumnos (con la mejor de las intenciones todo sea dicho) para que triunfen y coman perdices en el mundo de hoy, sin darnos cuenta de que dentro de veinte años, cuando salgan a comerse esas perdices, su mundo será totalmente distinto. ¡Les preparamos para un mundo que ya no existirá cuando sean mayores! Para bien o para mal, el ahora y las perdices caducan (y rápido).
Damas y caballeros, una vez visto esto no queda otra que cambiar el chip. Y cambiar el chip significa, básicamente, dejar de educar (barra dirigir, barra encaminar, barra adoctrinar) para pasar a acompañar a nuestros alumnos e hijos con honestidad. ¿Y cómo se hace eso? Reconociendo, por mucho que nos importen o por mucho que les queramos, que no tenemos ni pajolera idea de cómo será su mundo dentro de veinte años. Tal vez, y solo digo tal vez, el mundo deje de estar liderado por Google, Facebook, Zara o eBay y pase a estar en manos de centros de atención para personas mayores, de implantes cocleares que traducen simultáneamente cualquier idioma (lástima de los que invertimos una fortuna en aprender chino o inglés) y empresas de tatuajes electrónicos que suministran fármacos.
La honestidad es un gesto de empatía con uno mismo.
En las casas o en las aulas debe comenzar la revolución de la honestidad. Recordad que todas las personas disponemos de un detector de honestidad (la señorita corteza cingulada anterior), y que ésta nos enseña que ser honesto no tiene nada que ver con decir mentiras a los demás; la honestidad es un gesto de empatía con uno mismo. Acompañar y ser honestos no solo hará que nuestros jóvenes estén mejor preparados el día de mañana sino, además, hará que dejen de sentirse tan solos en medio del desierto.